Violencia social

Para ir a trabajar pillo el bus hasta «a rodoviária», la estación de autobuses central de Brasília.

Lugar bullicioso, lleno de gente que va o viene de trabajar o estudiar. Como curiosidad, en la zona de paso de los andenes, hay un montón de puestos para hacer fotocopias y fotos carnet. La salida está en un nivel superior con escaleras mecánicas que funcionan de forma aleatoria. Al llegar arriba te encuentras con mucha gente vendiendo cosas: paraguas, bolsos, pantalones, gafas de sol,…por las manhanas y fruta por la noche. Cruzas un paso de peatones y te encuentras con una acera ancha con más puestos de personas que se dedican a la venta ambulante. Es una zona bulliciosa con gritos del tipo «Tudo 2 reais» o «Parachuvas, 5 reais!»

Hace unas semanas, con el aparente inicio de las lluvias compré mi primer paraguas a una mujer peruana muy maja que llevaba 15 años en Brasília con su marido y su hija. Estaba contenta de vivir en Brasília. Desde aquel día, todas las manhanas la buscaba con la mirada entre las personas que estaban vendiendo, para saludarla al pasar.

Esta semana la policía se dedicó a «limpiar» la venta ambulante.

El lunes cuando llegué arriba me sorprendió el silencio de no haber nadie vendiendo (no me gustó).

Mientras espero a cruzar la calle veo la siguiente escena: pocas personas vendiendo en la acera. De repente llega la policía con cara de muy mala hostia y detrás mío una persona empieza a gritar de forma inteligible (alertando a las personas que estuviesen vendiendo para que escapasen de la redada).

De las pocas personas que estaban vendiendo, la mayoria logra escapar con su mercancía (o parte de ella)  y sólo 2 mujeres quedan atrapadas en la redada, una de ellas, la más joven, empujada y zarandeada por un policía. La otra mujer empieza a gritar -aunque no entendía lo que decía – mi sensación era de que se estaba defendiendo valientemente, apelando por vender, trabajar, vivir con dignidad y tranquilidad. Sus gritos fueron callados con un sprai en sus ojos. La mujer, desolada se aparta llorando y sollozando no por el dolor físico de sus ojos y cara, sino por el dolor moral de haber sido vapuleada y tratada indignamente. Mientras los policías se dedicaban a «interceptar» la mercancía cogiéndola con una rabia y desprecio gigantesco.

Fueron sólo 2 minutos y una sensación de tristeza, rabia e impotencia profunda se apoderó de mí, hasta llorar.  Vergüenza de género humano que abusa de su poder de forma injusta e indigna contra personas, cuyo único delito es tratar de ganarse la vida y salir adelante.

El martes, más policia y ningun puesto. Hoy sin puestos y sin policia.

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